Ni Una Menos en el ámbito educativo
A seis años del primer Ni Una Menos nuestra gran fortaleza como colectivo, lejos de construir instituciones negadoras, es la de reconocer que aún las conquistas (aunque significativas) no son suficientes y nos queda un largo tramo en materia de políticas públicas y como sociedad para la inclusión plena de mujeres y disidencias en el ámbito educativo. Necesitamos transpolar a nuestra institución los reclamos de colectivos transfeministas entendiendo que las violencias patriarcales se encuentran presentes en todas las estructuras sociales y los espacios académicos no están exentos de ella.
Es fundamental que, con el fin de erradicar las diversas formas de violencia, identifiquemos cómo operan las relaciones de poder y que, si bien la cuarta ola llegó para arrojar más luz a la lucha de nuestras compañeras de la primera, estas prácticas se encuentran naturalizadas aún en nuestras instituciones. La manifestación de las mismas se encuentra tan naturalizada que no es exclusiva de un solo claustro y está presente en los equipos docentes, el personal de apoyo, estudiantes y egresadxs.
El ejercicio de la violencia no siempre se manifiesta en forma expresa, y como integrantes de una comunidad (y por supuesto como activistas) nos encontramos ante un gran desafío, que es el de problematizar lo cotidiano en pos de desarmar sus andamios. Estas prácticas patriarcales se sostienen en los micromachismos, en el abuso de poder (tan contradictoriamente negador de este), a través de un chiste, de prácticas academicistas que poco de pedagógico sostienen, a través del trato o de la representación de figuras de autoridad y las estructuras piramidales de poder que hoy habitan nuestros pasillos.
Este 3J implica, hoy más que nunca, reflexionar sobre cómo inciden el trabajo reproductivo y las tareas de cuidado en el acceso a la educación o cómo la pandemia manifestó en su forma más cruda la brecha económica, tecnológica y de acceso a la conectividad para nuestrxs estudiantes. Esta violencia se encuentra presente también en la distribución desequilibrada de tareas, la reproducción de estereotipos de género y la exclusión producto de la construcción o el sostenimiento de barreras que impiden aún hoy el acceso a una educación superior de amplios sectores que hoy constituyen nuestra comunidad.
Por supuesto que es la potencia de lo colectivo y las mareas lo que nos salva a diario sobre todo en un contexto de pandemia tan cruel como el que nos toca vivir. Gracias al sostenimiento de las banderas de los DDHH, feministas y transfeministas por parte de la incansable lucha de nuestrxs compañerxs, hoy tenemos conquistas históricas logradas. No obstante, nos habitan deudas estructurales como, por ejemplo, la efectiva implementación de la Ley N° 26.150 Programa Nacional De Educación Sexual Integral en nuestros espacios de formación, la Ley N° 26.743 de Identidad de Género y una revisión integral de nuestras reglamentaciones desde una perspectiva de géneros.