Género, ciencia y sociedad
Por Juana L. Gervasoni y Marta Pahissa
Reconocer en las mujeres la misma capacidad que tienen los hombres para el trabajo científico y tecnológico ha llevado siglos, y los prejuicios apenas se han debilitado, en apariencia, desde el pasado reciente.
Cada año, la Unesco llama la atención al hecho de que sólo tres de cada diez científicos en los laboratorios del mundo son mujeres1 .
A través de la historia, las mujeres fueron explicadas primordialmente a través de la función familiar y materna, debiendo recorrer un sendero manipulado por unas determinadas circunstancias y necesidades sociales. Esto ha marcado, en gran medida, una pauta para desalentar, omitir y, en ocasiones, ocultar su participación en otros aspectos de nuestra sociedad.
Más aun, la educación ancestral afectó la percepción que las mujeres tenían de su papel en la sociedad, aún de aquellas que lograron realizar algún tipo de actividad que trascendiera el rol tradicional, permaneciendo subliminalmente en la “invisibilidad” del género. Esta tendencia es agravada, en el caso de la actividad científica, por su supuesta neutralidad. Este es el famoso “techo de cristal”, término acuñado por los especialistas en género.
A pesar de esta realidad de marginación y desvalorización, las mujeres fueron buscando resquicios en los distintos espacios donde realizar su actividad en el ámbito público; y en esa búsqueda, fueron erosionando y cambiando los modelos dominantes y desafiando prejuicios. Los primeros intentos, cargados de ambivalencia y, necesariamente, contradicciones, los realizaron para destacarse en un mundo de hombres (recordemos que las mujeres eran explicadas desde lo masculino, tanto que si destacaba en alguna actividad intelectual era, tenía que ser, con “la parte masculina de su cerebro”). Más adelante, a partir de los estudios de género, se entendió a la mujer como una entidad completa por ella misma, con sus aportes específicos.
La ciencia y la tecnología, como así también las instituciones dedicadas a estos campos, no fueron ni son ajenas a la realidad descripta previamente. En general las mujeres han contribuido a la actividad científica desde sus orígenes, enfrentando numerosas barreras, y muy a menudo sin que se les reconozcan sus importantes aportes en esta rama de la actividad humana. Actualmente muchos historiadores e investigadores especialistas en el tema han rescatado las contribuciones que realizaron las mujeres, así como también las estrategias implementadas por éstas para lograr que sus trabajos fueran aceptados por una comunidad científica a menudo escéptica de sus habilidades y capacidades para realizar dicha actividad.
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